martes, 18 de marzo de 2014

¿CUÁLES SON LAS VERDADERAS INTENCIONES DE LOS CUISES?, de Roberto Fontanarrosa

No sé si he sido claro y otros cuentos. R. Fontanarrosa

¿CUÁLES SON LAS VERDADERAS INTENCIONES DE LOS CUISES?

Mi investigación se origina, años atrás, un día viajando en auto hacia Mar del Plata, en compañía de mi
familia. Recuerdo que, de pronto, un animalejo grisáceo cruzó irresponsablemente frente a nuestro coche y
debí hacer una brusca maniobra para no atropellarlo. Ahora reflexiono y sé que mi actitud fue por demás
arriesgada, ya que en ese momento marchábamos a unos 100 kilómetros por hora, pero quedé muy
sensibilizado con los accidentes viales desde aquel día en que, con mi viejo Ford, aplasté una pelota de
goma marca Pulpo. Desde tan desdichado acontecimiento abandoné por completo la práctica del fútbol,
deporte que me apasionaba y que bien hubiese podido constituirse en mi medio de vida. El macabro suceso
con la Pulpo me impresionó de tal forma que opté por encaminar mi vida hacia la investigación etológica. ¡Y
aún no me explico cómo tuve entereza para seguir conduciendo automóviles luego de aquello! Por lo tanto,
no me arrepiento de haber salvado la vida del pequeño cuis esa tarde cuando se me cruzó en la ruta, aun a
costa de que en el vuelco que originó mi maniobra perdieran la vida mi suegra y una tía mía de avanzada
edad. La pregunta que comenzó a desvelarme desde aquel momento era: ¿Por qué el cuis arriesga su vida
cruzando un camino muy transitado cuando al otro lado de éste no ha de encontrar nada muy diferente a lo
que acaba de dejar? Simplificando, podemos decir: a un costado de la ruta el cuis tiene medio globo
terráqueo donde nacer, alimentarse, procrear y terminar sus días. No obstante eso, el pequeño conejo de
Indias decide atravesar la superficie vial aun a riesgo de su propia vida para investigar los predios del otro
lado del camino. No se trata de elefantes o de animales necesitados de espacio y que consuman alimentos
en cantidad. Está comprobado que hay cuises que subsisten en la mezquindad de pequeñas jaulas y se
alimentan con minucias. Son pequeños organismos que deberían conformarse con los ya de por sí amplios
campos en que la naturaleza los ha ubicado. Pero no es así. Ustedes los habrán visto, expectantes y
nerviosos, arracimados en los costados de la ruta, espiando entre los pajonales de las cunetas, prontos a
lanzarse sobre el pavimento procurando alcanzar el otro flanco en una suerte de ruleta rusa a todas luces
inexplicable. No son muchos los animales que reniegan tan abiertamente del lugar que les ha conferido una
equilibrada distribución natural. ¿Es acaso una falta de inteligencia lo que los lleva a eso? Permítaseme
dudar de tal aseveración. Cualquiera sabe que el cuis es el animal preferido para la investigación científica y
conozco mil casos en que estas pequeñas criaturas han colaborado eficazmente a descubrimientos
importantísimos para la humanidad. No puede hablarse entonces de ignorancia en especímenes tan
relacionados con el estudio. Mi primera inquietud se volcó hacia una temática muy zarandeada en los
estudios etológicos: el caso de especies que se suicidan. Las ballenas árticas, por ejemplo. O los leminges
nórdicos. Y allí fue donde me detuve en los leminges, ya que se trata de una especie de gran similitud con
nuestro cuis nacional. Tanta, que si un cuis desea integrarse a la colonia leminge no debe ni siquiera rendir
equivalencias. Es sabido que todos los años, en una fecha que media entre enero y noviembre, los leminges
se reúnen en un número cercano a los 70.000 y comienzan una loca carrera por los bosques hasta alcanzar
las alturas de los fiordos noruegos, desde donde se arrojan a las heladas aguas del Ártico. Esto se atribuyó,
en principio, a una tendencia suicida colectiva, quizás emparentada con una depuración natural. Sin
embargo, en el año 68, en las costas soviéticas que se hallan frente a los fiordos habitualmente empleados
por estos desdichados animalillos para lanzarse en su zambullida final, se detectó la presencia de un
leminge, en apariencia sobreviviente del holocausto. El leminge daba muestras de gran excitación y hasta
podía interpretarse que estaba contento. Se dedujo que tal vez festejaba el haber salvado la vida, pero el profesor Tapio Lappeenranta de la Universidad de Estudios Naturales de Jyväskyla (Finlandia) llegó a una
conclusión más afortunada: dicho leminge celebraba el hecho de ser el ganador de una competencia. O sea,
el tropel de leminges que año a año se abalanza como catarata incontenible por los bosques y campiñas
noruegas no lo hace con una intención suicida, sino con un sano espíritu competitivo en una justa de cross-country, que incluye el cruce a nado hasta la Rusia Comunista. El importantísimo descubrimiento mereció muy poco centimetraje en los diarios, pues se produjo el 14 de mayo de 1968, día en que, como todos sabemos, el hombre posó por vez primera sus pies en la luna.
Por lo tanto, la tendencia autodestructiva de los cuises es algo que aún está por verse. En el Centro de Ayuda al Suicida, por ejemplo, durante los largos 20 años de su funcionamiento, no se haya registrado ni un solo caso de llamados de cuises en trance de quitarse la vida.Hay asentados tres de loros, en cambio, uno de los cuales pudo ser disuadido a último momento de ingerir dos píldoras de un activo raticida.
Todo esto me conduce a pensar que los motivos que llevan a los cuises a cruzar sobre el ardiente macadam son muy otros. ¿Simple curiosidad, tal vez? Es posible, el cuis es un animal inquieto, ansioso de acumular conocimientos. Pero, a mi juicio, el impulso principal radica en las ambiciones imperiales del animalejo en cuestión. El deseo, natural al fin, de conquistar nuevas tierras, de anexar territorios. La ambición de escalar a niveles de mayor grandeza. De lograr, en el terreno militar, lo que ya tienen en el rubro científico. No nos extrañemos si, el día de mañana, la figura del cuis campea en las banderas de guerra, en los estandartes o en los escudos heráldicos. Tal vez el humilde roedor de nuestros campos esté llamado a reemplazar con su efigie a la vulgar águila o al mismo león, bestias de dudosa prosapia. ¡Quién sabe si no llegará el día en que, así como ahora mencionamos al "Oso Ruso" o al "León Inglés", seamos conocidos, por el orbe todo, como "El Cuis Americano"!

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