La decadencia de la amistad, de Alejandro Dolina
Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y
Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se
contentaban con saber que el otro estaba allí.
Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la
amistad es mas un tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas
dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil
conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero.
Según parece, el sentimiento amistoso se halla en
decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse
por la escasez de amigos, se jactan de ella.
-Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno-
nos gritan en la cara. Y no advierte que el sujeto esta esperando que lo
feliciten por semejante hazaña.
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo
la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de
la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles.
Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó
algunas de sus obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente:
Los amigos.
Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos.
- La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia.
Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía,
los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y
vive aventuras en la juventud.
Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de
comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con
una patota.
-A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la
familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho mas divertidos
que el tío Jorge. Durante mas o menos una década nadie estará mas cerca de
nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos,
debe hacerlo en ese periodo. Después será demasiado tarde...
Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es
interesante y tal vez verdadero.
Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que
esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos
y cuñados.
Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados
en círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas.
Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de
la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con
los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a
sus amigos: las vive con ellos.
A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb, existió en
Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios.
Fue la celebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines
de lucro eran innegables. Todavía hoy se recuerda su slogan publicitario:
-Tenga un amigo desinteresado. Páguelo en cuotas.
Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un
clima amistoso y amplio. Los empleados sabían como atacar.
-Buenas tarde. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja
de mi mujer.
Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos.
Después, entre palmadas, guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes
iban mostrando el amplio catálogo de la proveeduría.
Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta
veces la historia de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y
elogiosos.
Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a
los gritos.
Amigos divertidos, ruditos en cuentos picantes y expertos en
bromas pesadas.
También se prestaba un servicio un tanto oneroso,
especialmente para personas encumbradas.
Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que
acompañaban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus
ocurrencias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos.
Precediendo a esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría
la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba:
-Ahí viene el doctor Del Prete...!
El trabajo se hacia tan bien, que muchos de los contratantes
ya no podían prescindir de él, nunca más. Muchos profesionales del barrio
extinguieron su fortuna pagando este servicio de la agencia.
Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los
Amigos de Ocasión en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se
terminaba la amistad.
Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban,
muchas veces interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo
fraternal.
Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del
funcionamiento de la proveeduría eran bastante nobles.
Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres
eligieran a los amigos de sus hijos, sin correr riesgo alguno.
Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e
incluso enanos, adiestrados en diferentes actitudes.
Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes
para avivar a los pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los
adoquines, y criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más
piratas.
Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se
resistieran a la decisión de los padres. Así se oían con toda frecuencia en
Flores frases como esta:
- Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre,
caramba...!
Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio
surtido de chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no
contrataban amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto.
El fracaso más estruendoso fue el de la sección Amistades
Mixtas. Nada cuesta razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían
casi siempre otras intenciones.
No se espante el lector pensando que nos internaremos en un
tema tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la
pena -eso sí- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez
alquilada en la proveeduría.
-Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No trataré de
seducirla ni me pondré romántico ni le haré propuestas indecorosas. Pero sepa
que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que
exista una posibilidad en un millón de que algo surja entre nosotros.
Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo
salga corriendo. Pero es únicamente en virtud de esa remotísima chance que yo
estoy aquí oyendo su conversación como un imbécil.
Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la
agencia Amigos de Ocasión.
Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo
mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los
muchachos del Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones.
Para ellos andar declarando públicamente el grado de amistad
que sentían por alguien era cosa de afeminados.
Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y
Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se
contentaban con saber que el otro estaba allí.
Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer
viejos amigos.
En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del
cliente- el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que
la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era más fácil inventar
antiguas amistades que rescatarlas del pasado.
Se preparó entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos
que ante la entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le
soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza.
Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen
realizar los ex-alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando
a los fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia.
Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás
Avellaneda, promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los
asistentes había pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar
a profesores, reírse de pasadas, travesuras y brindar por encuentros
futuros.
Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando.
Contribuyó a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre
los espíritus escépticos.
En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas
sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad.
Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en
declarar que los perros son mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre
esto una pequeña reflexión.
Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto
no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización
mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa.
Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les
permite escribir novelas.
Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale
la pena preguntarse si no será necesario inventar algo para reemplazarla.
Será difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos
perdidos. Poco podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan
nuestro tiempo.
En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que
tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de
sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que están más
cerca de nuestro espíritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez
existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos.
Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y
lleno de ilusiones me encamine a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de
fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese
lugar.
Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de
estos años en que estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.¶
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