domingo, 11 de marzo de 2012

TÁCTICA Y ESTRATEGIA DE LAS ESCONDIDAS, de Alejandro Dolina


TÁCTICA Y ESTRATEGIA DE LAS ESCONDIDAS, de Alejandro Dolina

No se sabe muy bien cuáles eran los verdaderos fines de la Sociedad Amigos de la Escondida, En cambio está bien claro que tales fines no se cumplieron. 

Sin embargo, hace ya algunos años, la entidad solventó la edición de un pequeño folleto titulado Reglamentos, táctica y estrategia del juego de la escondida. En su momento, el trabajo despertó agudas controversias. 

Hoy que los ánimos están amansados hemos querido exponer el asunto ante nuestros lectores, quienes seguramente ignoran la mayor parte de los detalles de este juego en vías de extinción. 

-CAPITULO I- del número de los jugadores 
Puede jugar a la escondida un número cualquiera de jugadores. El mínimo es uno. Cabe señalar que en este caso el juego es especialmente aburrido: el único jugador se busca a sí mismo o -lo que es aún más tedioso- busca a otros inexistentes jugadores hasta que se desalienta y abandona. 

Con dos participantes se gana un poco en acción y puede decirse que el clima ideal se logra cuando intervienen más de seis y menos de veinte personas. 

Asimismo cabe advertir que resulta sumamente engorroso desarrollar el juego con más de ochenta jugadores. Los buscadores equivocan los nombres de quienes se ocultan y con toda frecuencia se ven obligados a llevar un registro escrito en el que constan las personas que ya han sido descubiertos y las que aún permanecen en lugares desconocidos. Por otra parte, es fácil razonar que cuanto mayor es el número de jugadores, más trabajoso será hallar escondites vacantes, con el consiguiente deslucimiento del juego. 

-CAPITULO II- el lugar donde se juega 
La escondida puede practicarse tanto en lugares abiertos como en recintos cerrados. Siempre es preferible elegir horarios nocturnos, pues las tinieblas suelen mejorar la calidad de los escondrijos. 

Así, cuando se juega en casas o departamentos, convendrá activar las luces, Aquí se hace indispensable tiene aclaración fundamental: es necesario que antes de comenzar el juego se fijen expresamente 1os límites geográficos de su extensión. Fuera de ellos estará prohibido esconderse. 

Algunos heresiarcas pasan por alto esta acotación y nos hallamos entonces ante un juego cuyo marco es el mundo entero. Es así como muchos jugadores se esconden en barrios alejados y aun en otras provincias, retrasando el desenlace de la competencia hasta él punto de arruinarla por completo. 

Nota: el folleto no menciona la interesante opinión de Manuel Mandeb, quien creyó entender que la escondida era un juego sin limites. Para el pensador árabe la escondida perfecta debía ser jugada por toda la estirpe humana, su escenario era el universo y su duración, la eternidad. Así, el propósito final de la Historia puede consistir en el nacimiento de un futuro elegido, que se encargar de librar para todos los compañeros en un acto que marcará el fin de los tiempos. 

-CAPITULO III- finalización del juego 
La escondida no tiene ganadores ni perdedores. Por eso la finalización del juego debe fijarse en forma arbitraria, pero manifiesta. Muchas veces los jugadores abandonan la competencia sin avisar a nadie y muchos participantes tenaces permanecen ocultos durante horas sin que nadie se moleste en buscarlos. 

Los miembros de esta Sociedad conocen perfectamente algunos casos célebres de obstinación. Vale la pena mencionar la gesta del joven Luis C. Cattaldi, que permaneció catorce meses en el quicio de una puerta de la calle Motón, cogoteando sigilosamente en dirección a la Piedra. Los habitantes de la casa solían llevárselo por delante cuando salían y -a veces- le acercaban algún alimento, finalmente Cattaldi regresó a su domicilio, gracias a los consejos de una comisión de ésta misma Sociedad. 

-CAPITULO IV- desarrollo del juego 
La idea fundamental de la escondida es que todos los jugadores se oculten, con la excepción de uno, que ser el encargado de buscar al resto. 

Para dar tiempo a la elección de escondite y a la correcta instalación de cada uno en el suyo, el buscador escondiera el rostro contra la pared, como si llorara, y permanecerá en esta posición durante algunos segundos, La medición de este lapso, la efectuará el propio buscador citando la serie de números naturales en voz alta, hasta llegar a una cifra convenida con antelación (por ejemplo, 50). Acto seguido, a modo de advertencia, deber declamar algún pareado revelador. El usual es "Punto y coma el que no se escondió se embroma". El lugar donde el buscador realiza este ritual se conoce con el nombre de "Piedra". Inmediatamente comienza la parte más divertida. El buscador recorre el campo de juego y revisa los lugares en donde sospecha que hay alguien. Cuando descubre a algún jugador oculto sale corriendo en dirección a la Piedra, la toca y grita "Piedra libre para Fulano" Siempre deberá referirse a la persona descubierta de un modo tal que su identidad quede fuera de toda duda. Este punto es muy importante, como ya veremos en otro capitulo. 

A su turno, el jugador descubierto puede abandonar su refugio y correr hacia la Piedra tratando de tocarla antes que el buscador. Si lo consigue, será el quien grite "Piedra libre" y a los efectos del juego se reputará que no ha sido hallado. 

Por otra parte, todos los jugadores pueden abandonar repentinamente su escondite y llegarse hasta la Piedra, aun cuando no hayan sido descubiertos. Pero si el buscador los sorprende en su excursión y se les adelanta en la carrera hacia la Piedra, se les considerará encontrados. 

El primero de los jugadores que pierda la carrera hacia la Piedra recibirá como castigo- la obligación de contar en el lance siguiente. Sin embargo, hay un recurso extremo: el último de los jugadores que permanezca escondido puede aventajar al buscador y gritar "Piedra libre para todos mis compañeros". 

Cuando esto ocurre, el buscador deberá contar nuevamente. 

Desde luego, ya puede colegirse que el participante capaz de culminar exitosamente esta jugada recibirá la admiración y el respeto de todos. 

-CAPITULO V- Distintas tácticas 
Existen buscadores conservadores y buscadores audaces. 
Los primeros no se alejan jamás de la Piedra. Tratan, por lo general, de esperar que alguien cometa un error o trate de cambiar de escondite. Esta raza conspira contra la calidad del juego. 

En cambio el buscador audaz abandona las inmediaciones de la Piedra y marcha hacia los confines del campo. Se trepa a los árboles, ingresa a los armarios y rastrea minuciosamente los yuyales. Claro, siempre corre el riesgo de ser sorprendido por los jugadores que se han ocultado en la zona opuesta, Pero el juego se torna vivaz y lleno de matices. Abundan las carreras, los rodeos y las sorpresas. 

Existen también los buscadores zorros, que amagan dirigirse a la derecha para tentar a quienes se esconden por la izquierda. En cierto momento, salen disparados hacia el otro sector y así es como sorprenden a muchos jugadores novatos que abandonan prematuramente su refugio. 

Entre los que se esconden, también hay distintas escuelas. Algunos prefieren los escondites sencillos pero de fácil salida, como los umbrales de las puertas. Otros los eligen complicados y de salida engorrosa: la copa de los árboles, el fondo del canasto de la ropa, etc., Hay también quienes van rotando su escondite y cambian de posición mientras observan los movimientos del buscador. 

Los mejores son los exquisitos, que inventan guaridas que sólo ellos conocen y no las revelan jamás. Esta clase de jugadores es la más temida por los que cuentan, pues muy a menudo libran para todos los compañeros. 

Sin embargo, el escondite no debe ser nunca impenetrable. A decir verdad, el escondite perfecto termina con el juego. 

En 1959, en una escondida que se realizó en Villa del Parque, el abogado Gerardo Joseph se escondió de un modo tan eficaz, que nunca más fue visto en ninguna parte. Todavía hoy muchos de sus amigos recorren la barriada gritándole que salga. 

Un exitoso cuento de Edgar Allan Poe insinúa que el mejor escondite es aquél que está a la vista de todos. En esa narración, todo el mundo busca infructuosamente una carta que en realidad había permanecido siempre a la vista. 

Esta teoría podría ser buena para los cuentos policiales, pero no sirve en la escondida. Infinidad de jugadores han pretendido pasarse de vivos parándose a un metro de la Piedra con cara de disimulo. El resultado siempre es el mismo: el buscador mira extrañado y luego, casi con estupor, murmura: "Piedra libre para el Pololo, que está ahí parado". 

-CAPÍTULO VI- infracciones, errores y malentendidos 
Puede ocurrir que el buscador descubra a un jugador oculto, pero equivoque su identidad. Esto es muy frecuente en los juegos nocturnos, ­Cuántas veces se grita "Piedra libre para la Amanda": después de haber visto a Julián! 

El reglamento le permite a Julián denunciar el error al grito de ­ ¡Sangre! 

Esta expresión debe traducirse como ­Reclamo! o, mejor aún, ­¡Objeción! 

Si la gestión prospera y se comprueba la equivocación, el buscador deberá contar nuevamente. 

El mismo recurso podrá interponerse cuando se sospeche que el buscador espía o cuando se produce algún hecho exterior que dificulta la normal prosecución del juego. (Por ejemplo, una grave lesión de uno de los jugadores o la súbita llegada de un tío al que hay que saludar. 

-CAPITULO VII- escondites individuales y colectivos 
Muchos deportistas prefieren esconderse solos. Otros, en cambio, se complacen en compartir su refugio, particularmente con personas del sexo opuesto. 

Esta última variante es muy bien vista en los círculos elegantes y constituye una excelente oportunidad para acrisolar amistades y hasta para sellar romances. 

Lo más apropiado es elegir un escondite alejado de la Piedra. El lugar debe ser pequeño para lograr una proximidad alentadora, oscuro para invitar a la confidencia y hermético para evitar ser sorprendidos. 

Manuel Mandeb refiere una experiencia personal en su libro "Mis amores frustrados". Veamos: 

"En tres años de jugar juntos a la escondida jamás había tenido la ocasión de compartir un lugar con Beatriz Velarde. Siempre había alguien que se me adelantaba. Al parecer, Beatriz tenía comprometidos sus escondites por varios años. 
Una noche de primavera, en el callejón de la Estación Flores, mientras contaba el ruso Salzman, vi que Beatriz entraba solita a la casa amarilla abandonada que hay en una esquina. Piqué tras ella y alcanzamos a acomodarnos debajo de un fogón en ruinas. 

Estaba muy oscuro y alcancé a notar su aliento de chiclets Adams . Los arrabales de su pelo saludaban mi boca . 

-Te quiero -le dije suavemente. 

-Decímelo mejor contestó Beatriz Velarde. 

Empecé a pensar algo ingenioso, cuando entró el ruso Salzman y brutalmente señaló el final de mi romance. 

-Piedra libre para el Turco y Beatriz 

-Sangre, sangre grité yo y era cierto, aunque no me lo creyeron. 

Nunca más volví a estar a solas con Beatriz y aquella fue la última vez que jugué a la escondida". 

El folleto de la Sociedad Amigos de la Escondida tiene algunos otros capítulos de menor interés: las ropas más convenientes, uso y abuso de los ligustros, aprovechamiento de carros en marcha, ocultamiento en medio de un familión en transito, etc. 

En estos días en que la Sociedad ya se ha disuelto y los chicos prefieren otros entretenimientos más científicos, no está de más recomendar calurosamente la práctica de la escondida. Este humilde cronista hace mucho tiempo que no encuentra ocasión de mostrar su destreza en tan apasionante disciplina. 

Si algún lector piadoso desea invitarme a jugar, acepto complacido. 

Aunque me parece que ya es demasiado tarde.

La decadencia de la bolita, de Alejndro Dolina


La decadencia de la bolita, de Alejndro Dolina

Resulta difícil hablar sobre la desaparición del juego de la bolita sin entrar en espinosas controversias. Desde luego se trata de un asunto complejo y puede ser examinado según criterios muy diferentes. 

Las personas sencillas afirman simplemente que se trata de una decisión de los chicos, arbitraria, inexplicable y - por lo tanto - indigna de ser discutida. 

Los psicólogos, antropólogos, electrotécnicos y aun los contadores suelen llamar la atención sobre la influencia de otros entretenimientos de emoción mas sostenida, como la televisión, el billar japonés, el cerebro mágico o las palabras cruzadas. 

Los Refutadores de Leyendas niegan que haya existido jamás un juego semejante y se oponen con argumentos inexpugnables al mito de la vieja niñez romántica. 

Por el contrario, los Hombres Sensibles aseguran que la desaparición del juego de las bolitas es el resultado de una conjura universal. 

Este punto de vista es muy interesante y vale la pena elucidarlo. 

En su monografía Faltan Bolitas, el pensador de Flores, Manuel Mandeb, plantea un interrogante que nos deja perplejos. Veamos. 

"... Este juego parece haber empezado a languidecer en 1960. Pero puede afirmarse que en ese momento ya hacia por lo menos cincuenta años que se jugaba. Entonces había veinte millones de habitantes en el país, y no era demasiado audaz afirmar que, en el medio siglo de su auge, el juego de la bolita había sido practicado por diez millones de individuos en uno y otro momento de sus vidas. Ahora bien: ¿ cuántas bolitas poseía cada niño aficionado, como promedio? Digamos cincuenta. Multipliquemos: cincuenta por diez millones. Son quinientos millones de bolitas. Bien, volvamos al presente: alguno de ustedes ha visto una bolita en el último año? Seguramente no. Yo pregunto: ¿ dónde están los quinientos millones de bolitas? ¿ Quién las tiene?” 

"Y no me digan que el tiempo las destruyo porque el viento y la lluvia no son suficientes para destrozar una bolita... “ 

"...Las canchas han sido arrasadas y hasta pavimentadas, los hoyos fueron rellenados, los jugadores se han visto tentados por otras disciplinas. Alguien esta borrando todo vestigio del paso de las bolitas por esta tierra..." 

Inspirado quizás en el trabajo de Mandeb, este texto pretende asentar las reglas, la técnica y la estrategia de las bolitas. La tarea no es tan fácil como parece. A favor de la campaña desarrollada por los Refutadores de Leyendas y Los Amigos del Olvido, casi nadie recuerda los reglamentos. Por lo demás, todos sabemos que en cada cuadra había matices en la interpretación de cada norma lúdica. 

No obstante, luego de la publicación de esta nota, es probable que algún pequeño número de Pibes Sensibles se ponga a jugar, aunque más no sea a modo de desplante ante el Universo. 

I - LAS BOLITAS 
Se trata de pequeñas esferas, casi siempre de vidrio. Su diámetro es variable: las más chicas se llaman piojos o pininas, las medianas son las más frecuentes y están también las grandes o bolones, que suelen utilizarse en el juego del Triángulo. 

Años taras podían reconocerse diferentes pelajes de bolitas. Las más hermosas eran las lecheras. En ellas predominaba el blanco, siempre mezclado con algún otro color. Eran semiopacas, no se podía ver a través de ellas y la variedad de diseños y combinaciones era enorme. 

Estaban también las semitransparentes, de colores fríos, casi siempre verdes o azules. Eran como cachos de sifón. En el interior a veces se adivinaba un filamento gelatinoso y más bien repugnante. Salvo excepciones, eran unas bolitas de porquería. Sin embargo, la última generación de niños jugadores solo conoció esas bolitas. 

Las lecheras desaparecieron misteriosamente. Miles de personas jamás han visto una.

Las más recientes son las llamadas bolitas japonesas más livianas que las convencionales, y totalmente inútiles para jugar. Su aspecto es el de una esfera transparente con un papelito de color en su interior. 

Todo niño poseía una bolita preferida, que era la que utilizaba para jugar. Se la llamaba puntera. El resto de las bolitas servia para pagar las deudas provenientes del juego. Si acaso una racha adversa obligaba al niño a entregar la puntera, se le otorgaba a esta noble bolita el valor de cuatro o cinco. 

También pueden citarse - como curiosidad - las bolitas de barro, los aceritos y hasta las de plástico (indefectiblemente ovaladas). 

La identidad de los fabricantes de bolitas es un enigma. Nunca hubo marcas, ni envases ni publicidad. Algo muy raro debe haber en todo esto. 

II - EL JUEGO DEL HOYO Y LA QUEMA 
Pueden participar dos o más jugadores, El juego tiene lugar en una cancha de unos 5 metros de largo por 2 de ancho. La superficie de este terreno debe ser de tierra, pareja y árida, tal como la de las canchas de bochas aunque no tan blanda. 

Es de buen gusto que un pequeño árbol se sitúe en uno de los costados. En realidad, los mejores lugares para instalar canchas de bolitas son los rectángulos de tierra que existen en las veredas del Gran Buenos Aires. En la Capital, como se sabe, las veredas llegan hasta el cordón y los espacios sin baldosas que rodean a los árboles son insuficientes.

Por eso los chicos de la Provincia han sido siempre más diestros en este juego. 

Hay cuatro líneas que limitan la cancha y una que la divide en dos, llamada mita. En el centro exacto de una de esas dos mitades, se encuentra el hoyo. 

Y aquí nos topamos con otro punto de discusión. Algunos prefieren excavar el hoyo con una chapita de naranjin. Otros entierran una bolita y, después de extraerla ensanchan el cráter resultante. Los más desaprensivos clavan el taco en la tierra, y lo hacen girar, obteniendo de este modo enormes cacerolas que desvirtúan el carácter del juego. 

Los jugadores se sitúan detrás de la línea de salida, que es la línea más corta más lejana del hoyo. Uno a uno van lanzando sus bolitas, tratando de colocarlas en el lugar más cercano al citado agujero. Esto es de capital importancia, pues después del tiro de salida, el primero en jugar será quien se encuentre más próximo al hoyo. De este modo, si uno observa que el jugador anterior ha conseguido arrimar demasiado bien, mejor será que no trate de superar esa marca y busque los lugares más seguros de la cancha. 

El objeto del juego, aclaremos, es embocar en el hoyo y hacer impacto en las bolitas de los contrarios (quema). Los jugadores quemados van egresando del juego y pagando a quien los quemo. Cuando queda solamente uno, termina la ronda y comienza otra. 

Cada participante va evolucionando con su bolita conforme a una cierta estrategia.

Algunos persiguen a su presa y se van acercando cada vez mas, aun a riesgo de quedar ofreciendo un blanco fácil. Otros buscan siempre los lugares lejanos y hacen tiros largos (es decir rugen). Si una bolita sale fuera de la cancha debe permanecer en el lugar donde ha quedado para que los otros jugadores le tiren, si así lo desean. Al corresponderle nuevamente el turno, el jugador podrá efectuar su tiro desde cualquier punto de la línea atravesada por su bolita al salir. 

III - LA BOLITA Y EL CANTO 
Para obtener prioridades y anunciar decisiones o reclamar la vigencia de ciertas reglas es necesario - en la bolita - pronunciar a voz en cuello algunos conjuros predeterminados. Veamos una pequeña colección de ellos. 

Bolita cola: es en realidad la invitación o desafío a jugar y también la reserva del privilegio de tirar ultimo. También puede decirse Bolita cola, no puntie, esclarecedora frase que indica que uno no tiene intenciones de someterse a ningún punteo o arrimada previa, para establecer el orden de salida. 

Mita al medio, buena al tiro: canto que solo puede realizar el que tira ultimo en la salida. Si el tipo considera que alguno de sus rivales esta demasiado cerca del hoyo, le suelta el canto y le da el hoyo por embocado. Pero - eso si - lo obliga a poner su bolita en la mita, expuesta a su disparo inicial. 

Buen repe: ante la proximidad de la pared, se grita este conjuro para indicar que si el impacto se produce de rebote, también será valido. El canto contrario es mal repe. 

Pica paso: declaración de voluntad que asegura la posibilidad de colocar nuestra bolita a un paso de distancia, si un pique traicionero la pone a merced del rival. Algunos niños tahúres suelen retrucar de hormiguita, para reclamar que el paso sea pequeño. Voladora, agrega, entonces el primer niño. Y se manda un paso de cuatro metros. También puede aullarse pica no paso. 

Cuantas quiera: Como el jugador que emboca en el hoyo o realiza una quema vuelve a tirar, muchos niños proceden a sacudir tres o cuatro quema seguidas a la misma bolita, con el fin de irse acercando a otros objetivos. Para poder hacerlo debe pronunciar las palabras que encabezan este fragmento. 

Corta, retira no garpa: salvedad con que el pequeño que va ganando anuncia su derecho a abandonar el juego en cualquier momento, sin que este raje le resulte oneroso. 

Bien sonati: exigencia más bien ranfañosa, según la cual se pretende que los impactos hechos en nuestra bolita hagan ruido o no se paguen. 

Mueve pajita, garpa bolita: pareado pentasílabo que es de lo ultimo y se profiere cuando la bolita contraria esta en medio del pastito. 

Existen infinidad de fórmulas buena línea recorrida, hoyo antes de quema, buena mengua, etc. Cuando se quieren evitar los reces que provocan estos cantos, se juega a todas buenas, es decir, sin cantar. 

IV - COMO EMPUÑAR LA BOLITA 
Para efectuar el disparo, debe colocarse la mano izquierda alzándose sobre sus dedos en el punto exacto donde estaba la bolita. La mano derecha descansara sobre la izquierda y empuñara la bolita. Los zurdos harán exactamente lo contrario. 

Hay dos formas clásicas de tomar la bolita: la antigua, despreciada muchas veces, y la moderna. En la primera la bolita se aloja detrás del índice. En la segunda, detrás del mayor, sirviendo el índice como guía o mira. 

Hay algo más. Algunos pibes muleros suelen extender la mano hacia adelante acercándose a la bolita del adversario. Esta demasía se conoce con el nombre de ganfia o gañote y es el origen de innumerables reyertas. 

En este punto conviene aclarar la existencia de otros juegos de bolita: el triángulo, el gayito, la troya, la cuarta. Pasaremos por alto la complicada explicación de sus reglas. 

El pasto ya ha crecido sobre las canchas. Los chicos ya no tienen las rodillas sucias. Los pantalones de medidas infantiles no tienen bolsillos. El pavimento y las baldosas lo cubren casi todo. Mandeb quizá tenía razón. 

Existe una conjura universal para impedir el juego de la bolita. 
Alguien tiene que ocuparse de indagar las razones de este complot y - si es posible desbaratarlo. 

Y hay que encontrar los quinientos millones de bolitas perdidas. 

Hace pocos días, el autor de esta nota trato de dar con el frasco donde guardaba unas pocas docenas. No estaba. Tampoco estaba la caja de las chapitas, el álbum de figuritas ni el trompo ni los autitos con masilla. 

Algo malo debe estar ocurriendo.

“Sueño de dragón”, de Gustavo Roldán


“Sueño de dragón”, de Gustavo Roldán
A los dragones les gusta soñar. Les gusta porque siempre sueñan cosas hermosas. Los sueños de los dragones no son como los otros sueños, un humo que se va. Son sueños que van tomando forma hasta que se los mira y se los ve de cuerpo entero. Si un dragón sueña con un árbol enorme, lleno de flores, cuando se despierta encuentra a su lado un lapacho un ceibo o un jacarandá. Si sueña con mariposas, apenas abre los ojos ve un mundo de mariposas con alas doradas, con alas azules, con alas de todos los colores revoloteando por el monte.

¿Cómo, si no fuera por los sueños de un dragón, podríamos entender que de repente aparezcan millares de golondrinas en el cielo? ¿Cómo podríamos explicarnos que de un día para otro el campo se llene de flores rojas? ¿Cómo podríamos entender que de la nada salga un arco iris? ¿De dónde aparece un sol radiante en medio de la lluvia?

Sólo se explica por el sueño de un dragón. Y los dragones quedan contentos con sus sueños, porque saben que producen cosas hermosas. Pero una vez un dragón tuvo una pesadilla. Soñó con una espantosa serpiente de siete cabezas, horriblemente perversa, que quería destruir el mundo entero.

- ¡Odio las flores!- dijo una de las siete bocas.
- ¡Odio los pájaros!- dijo otra mostrando los colmillos repletos de veneno.
- ¡Odio los monos!- dijo una tercera cabeza.
- ¡Los mataremos a todos!- dijo otra.
- ¡Los mataremos y los comeremos!- rugió la quinta.
-¡A los monos y a todos los animales del mundo!
- ¡Y los comeremos y los comeremos y los comeremos!- dijo la séptima.

Entonces se despertó el dragón y alcanzó a ver las siete cabezas que se perdían a la distancia buscando monos y pájaros y flores y a todos los animales del mundo para matarlos y comerlos.

-¡Qué hice!- se asustó el dragón.

Pero no había tiempo para lamentos, y corrió por el sendero marcado por la serpiente donde no quedaban ni rastros de flores ni de animales. El dragón voló y pasó por arriba de la serpiente y bajó cortándole el camino.

-¡Qué lindo dragón!- dijo una cabeza.
-¡ Lo mejor para comenzar a comer!-dijo la segunda.

La tercera no habló. Ya había estirado su cuello con la velocidad de una centella hacia el cuerpo del dragón. Fue un movimiento casi invisible por la rapidez, pero el dragón que sabía con quién estaba soñando, ya no estaba en ese lugar.

-¡Así me gusta! –dijo otra cabeza.
-¡Qué bien que pelea!
-¡Así nos podemos divertir!
-¡Sólo matar y comer es aburrido!
-¡Lo mejor es pelear!
-¡Pelear y matar y comer!

Y la serpiente atacó largando mordiscones para un lado y para el otro.

El dragón se las veía negras tratando de golpear con sus poderosas garras alguna de esas cabezas que nunca estaban en el lugar donde llegaba el golpe. Apenas logró en un momento rozar a la serpiente con las garras y sacarle una escama del cuerpo. Apenas una escama que voló y cayó a lo lejos. Entonces probó con el fuego. Nada en el mundo podía resistir el fuego de un dragón. Dio un paso para atrás, resopló, y largó la llamarada roja más grande que nunca hubiera largado un dragón. Un fuego espantoso, largo, oscuro, que recorrió todo el espacio donde estaba la serpiente. Ardieron los árboles de alrededor y la tierra despidió un humo espeso, enrojecida por el calor.

El dragón miró el humo que comenzaba a borrarse, buscando los restos de la serpiente, y se distrajo. Cuando se dio cuenta del tremendo salto de la serpiente, ya que estaba envuelto en sus poderosos anillos. Las siete cabezas gritaban y reían y giraban enloquecidas.

-¡Dragón estúpido! ¿No sabías que no hay nada que nos guste más que el fuego?
-¡El fuego nos entusiasma como ninguna otra cosa!

El dragón tiraba tremendos golpes, pero las cabezas siempre estaban en otro lugar, y los anillos de la serpiente apretaban cada vez más. Entonces el dragón voló, voló hasta muy arriba, cerca de las estrellas, donde el frío es como el espanto y todo se convierte en un hielo de muerte que sólo aguantan los dragones.

-¡Eso, un poco más alto! Después del fuego no hay nada que nos guste más que el frío- gritaron las siete cabezas.

Entonces el dragón bajó, bajó como una flecha, se zambulló en el medio del río, en esa zona profunda donde no llegan ni los peces. Así ahogaría a la serpiente.

-¡Eso, eso!- gritaron las siete cabezas -. Nada nos gusta más que estar bajo el agua. Pero después queremos otro poco de fuego.

La serpiente seguía enroscada en el dragón. Siete días y siete noches volaron, lucharon, cayeron, nadaron, subieron, bajaron, siempre como un solo cuerpo. Sin descansar. Al final, en un descuido de la serpiente, el dragón logró escapar de sus anillos. Pero ya no sabía qué hacer. Había probado todas sus argucias y había usado toda su fuerza de dragón, pero la serpiente parecía invencible.

-¡Nos estamos divirtiendo como nunca!-gritaron las siete cabezas.
-¡Jamás nos había pasado algo tan hermoso! ¡Te queremos, dragón! ¡Que esta pelea no se acabe en mucho tiempo!
-¡Nos aburren las peleas tontas con animales tontos!
-¡Queremos pelear, pelear y pelear!
-¡Atacá de nuevo, dragón! ¡Te estamos esperando!

El dragón retrocedió un poco.
-¡Estás escapando, dragón cobarde!

El dragón pensó en volar, volar muy alto y muy lejos, y olvidarse para siempre de esa serpiente. Pero entonces ella mataría a todos los animales. No había caso. Escapar no servía. Pero si…quizás sí podría servir…

El dragón voló hacia lo alto. Subió y subió, burlándose de la serpiente, mientras las siete cabezas lo llenaban en insultos. Y legó hasta el lugar más alto, arriba de todas las nubes y las sombras. Entonces planeó en círculos. En grandes círculos, dejándose llevar por el viento. Y allí, mientras planeaba, cerró los ojos y se durmió.

Ya sabía lo que tenía que soñar. Y soñó.

 Soñó con pájaros y flores, soñó con ríos crecidos, soñó con el arco iris, y cuando en medio del sueño apareció la serpiente de siete cabezas que peleaba enloquecida de furia, se dio vuelta en el aire para borrar su sueño. Porque los sueños se borran si uno se da vuelta para el otro lado mientras está soñando. La serpiente se borró. Se borró de golpe, sin dejar ningún rastro de serpiente. Entonces el dragón abrió los ojos. Estaba cansado, pero voló muy rápido para volver a ver el sitio de su pelea. El lugar estaba como antes. Como siempre. Estaban los árboles y las flores. Estaban las mariposas y los monos. Y no había rastros de la serpiente. Ningún rastro de la pelea.

Apenas una escama que brillaba y no brillaba en el suelo.

Apuntes del fútbol en Flores, de Alejandro Dolina


Apuntes del fútbol en Flores, de Alejandro Dolina

En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios. Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que cincha sin renuncios.

La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.

Los Hombres Sensibles pensaban que el fútbol era el juego perfecto, y respetaban a los cracks tanto como a los artistas o a los héroes.

Se asegura que los muchachos del Ángel Gris tenían un equipo. La opinión general suele identificarlo con el legendario Empalme San Vicente, conocido también como el Cuadro de las Mil derrotas.¶Según parece, a través de modestas giras, anduvieron por barriadas hostiles, como Temperley, Caseros, Saavedra, San Miguel, Florencio Varela, San Isidro, Barracas, Liniers, Nuñez, Palermo, Hurlingham o Villa Real.¶El célebre puntero Héctor Ferrarotti llevó durante muchos años un cuaderno de anotaciones en el que, además de datos estadísticos, hay noticias muy curiosas que vale la pena conocer.

En Villa Rizzo, todos los partidos terminan con la aniquilación del equipo visitante. Si un cuadro tiene la mala ocurrencia de ganar, su destrucción se concreta a modo de venganza. Si el resultado es una igualdad, la biaba obra como desempate. Y si, como ocurre casi siempre, los visitantes pierden, la violencia toma el nombre de castigo a la torpeza.¶En ciertas ocasiones, los partidos deben suspenderse por la lluvia u otras circunstancias. En ningún caso se extrañará la estrolada, que llegará sin fútbol previo, pura, ayuna de pretextos.

- En Caseros hubo una cancha entrañable que tenía un árbol en el medio y que estaba en los terrenos de una casa abandonada. 
- En un potrero de Palermo, había oculta entre los yuyos una canilla petisa que malograba a los delanteros veloces. 
- Cierto equipo de Merlo jugaba con una pelota tan pesada que nadie se atrevió nunca a cabecearla. 
- En un lugar preciso de la cancha de Piraña acecha el demonio.

A veces los jugadores pisan el sector infernal, adquieren habilidades secretas, convierten muchos goles, triunfan en Italia, se entregan al lujo y se destruyen. 

Otras veces los jugadores pisan al revés y se entorpecen, juegan mal. Son excluidos del equipo, abandonan el deporte, se entregan al vicio y se destruyen. Hay quienes no pisan jamás el coto del diablo y prosiguen oscuramente sus vidas, padecen desengaños, pierden la fe y se destruyen.

Conviene no jugar en la cancha de Piraña. Las últimas páginas del cuaderno de Ferrarotti contienen historias ajenas. Algunas de ellas muestran un conmovedor afán literario. Veamos. 



Suele ocurrir en los equipos de barrio que a la hora de comenzar el partido faltan uno o dos jugadores. Casi siempre se recurre a oscuros sujetos que nunca faltan en la vecindad de los potreros. El destino de estos individuos no es envidiable. Deben jugar en puestos ruines, nadie les pasa la pelota y soportan remoquetes de ocasión, como Gordito, Pelado o Celeste, en alusión al color de su camiseta. Si repentinamente llega el jugador que faltaba, se lo reemplaza sin ninguna explicación y ya nadie se acuerda de su existencia.

Pero una tarde, en Villa del Parque, los muchachos del Ciclón de Jonte completaron su formación con uno de estos peregrinos anónimos. Y sucedió que el hombre era un genio. Jugaba y hacía jugar. Convirtió seis goles y realizó hazañas inolvidables. Nunca nadie jugó así. Al terminar el partido se fue en silencio, tal vez en procura de otros desafíos ajenos.

Cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba. Preguntaron por él a los lugareños, pero nadie lo conocía. Jamás volvieron a verlo. Algunos muchachos del Ciclón de Jonte dicen que era un profesional de primera división, pero nadie se contenta con ese juicio. La mayoría ha preferido sospechar que era un ángel que les hizo una gauchada. Desde aquella tarde, todos tratan con más cariño a los comedidos que juegan de relleno.¶

El referí demasiado justo

El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro más justo. Tal vez era demasiado justo.

De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a los canallas.

Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso.

Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con los débiles y condescendientes con los matones. Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje.



Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto.

Los demonios realizan además acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo.

Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes "Pulpo' de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones.

Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.

Instrucciones para elegir en un picado

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros. 

Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. 

El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.

Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.

Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.

El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.


Había jugado muchos años en primera. Ahora, los muchachos lo habían convencido para que integrara un cuadro de barrio en un torneo nocturno.
-Con usted Bottaro no podemos perder

Bottaro no era un pibe, pero tenía clase. Confiaba en su toque, en su gambeta corta, en su tiro certero.

Su aparición en la cancha mereció algún comentario erudito:
-Ese es Bottaro, el que jugó en Ferro, o en Lanús...

Se permitió el lujo de unos malabarismos truncos antes de empezar el partido.

La noche era oscura y fría. Las tristes luces de la cancha de Urquiza dejaban amplias llanuras de tinieblas donde los wines hacían maniobras invisibles.

En la primera jugada, Bottaro comprendió que estaba viejo. Llegó tarde, y él sabía que la tardanza es lo que denuncia a los mediocres: los cracks llegan a tiempo o no se arriesgan.

Pero no se achicó. Fue a buscar juego más atrás y no tuvo suerte. Se mezcló con los delanteros buscando algún cabezazo y la pelota volaba siempre alto.

Apeló a su pasta de organizador: gritó con firmeza pidiendo calma o preanunciando jugadas, pero sus vaticinios no se cumplieron. Ya en el segundo tiempo, dejó pasar magistralmente una pelota entre sus piernas pero el que lo acompañaba no entendió la agudeza.

Después se sintió cansado. Oyó algunas burlas desde la escasa tribuna. En los últimos minutos no se vio. A decir verdad, cuando terminó el partido, ya no estaba. Lo buscaron para que devolviera su camiseta, pero el hombre había desaparecido. Algunos pensaron que se había extraviado en las sombras del lateral derecho.

Esa noche, unos chicos que vendían caramelos en la estación vieron pasar por el caminito de carbonilla a un hombre canoso vestido con casaca roja y pantalón corto.

Dicen que iba llorando.

Los Refutadores de Leyendas definen el fútbol como un juego en que veintidós sujetos corren tras de una pelota. La frase, ya clásica, no dice mucho sobre el fútbol, pero deschava sin piedad a quien la formula. El mismo criterio permite afirmar que las novelas de Flaubert son una astuta combinación de papel y tinta. ¡Líbrenos Dios de percibir el mundo con este simple cinismo!

El fútbol es -yo también lo creo- el juego perfecto.

Hoy que el destino ha querido hacernos campeones mundiales, conviene decirlo apasionadamente.

Lejos de las metáforas oficiales que nos invitan a seguir el ejemplo de nuestros
futbolistas para encontrar el destino nacional, yo apenas cumplo con homenajear a Bottaro, a Ferrarotti, a Luciano, a los miles de pioneros atorrantes que impartieron una ética, una estética, tal vez una cultura, cuyo inapelable resultado son los goles superiores, memorables, excelentísimos de Diego Maradona.¶

La decadencia de la amistad, de Alejandro Dolina


La decadencia de la amistad, de Alejandro Dolina

Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba allí. 

Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es mas un tema de conversación que una actividad concreta. 

Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero. 

Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella. 

-Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno- nos gritan en la cara. Y no advierte que el sujeto esta esperando que lo feliciten por semejante hazaña. 

En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles. 

Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó algunas de sus obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente: 

Los amigos. 

Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos. 

- La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. 

Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota. 

-A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho mas divertidos que el tío Jorge. Durante mas o menos una década nadie estará mas cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese periodo. Después será demasiado tarde... 

Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez verdadero. 

Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. 

Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos. 

Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos: las vive con ellos. 

A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb, existió en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios. 

Fue la celebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran innegables. Todavía hoy se recuerda su slogan publicitario: -Tenga un amigo desinteresado. Páguelo en cuotas. 

Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y amplio. Los empleados sabían como atacar. 

-Buenas tarde. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer. 

Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas, guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio catálogo de la proveeduría. 

Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. 

Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. 

Amigos divertidos, ruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas. 

También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas encumbradas. 

Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que acompañaban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurrencias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. 

Precediendo a esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba: 

-Ahí viene el doctor Del Prete...! 

El trabajo se hacia tan bien, que muchos de los contratantes ya no podían prescindir de él, nunca más. Muchos profesionales del barrio extinguieron su fortuna pagando este servicio de la agencia. 

Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasión en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se terminaba la amistad. 

Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo fraternal. 

Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la proveeduría eran bastante nobles. 

Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres eligieran a los amigos de sus hijos, sin correr riesgo alguno. 

Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos, adiestrados en diferentes actitudes. 

Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes para avivar a los pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más piratas. 

Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decisión de los padres. Así se oían con toda frecuencia en Flores frases como esta: 

- Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre, caramba...! 

Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio surtido de chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no contrataban amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto. 

El fracaso más estruendoso fue el de la sección Amistades Mixtas. Nada cuesta razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían casi siempre otras intenciones. 

No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena -eso sí- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada en la proveeduría. 

-Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No trataré de seducirla ni me pondré romántico ni le haré propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibilidad en un millón de que algo surja entre nosotros. 

Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en virtud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un imbécil. 

Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de Ocasión. 

Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. 

Para ellos andar declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa de afeminados. 

Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba allí. 

Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos. 

En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del cliente- el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era más fácil inventar antiguas amistades que rescatarlas del pasado. 

Se preparó entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza. 

Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando a los fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia. 

Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores, reírse de pasadas, travesuras y brindar por encuentros futuros. 

Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyó a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus escépticos. 

En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. 

Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión. 

Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les permite escribir novelas. 

Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntarse si no será necesario inventar algo para reemplazarla. 

Será difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo. 

En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espíritu. 

Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos. 

Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encamine a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar. 

Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que estuve tan ocupado. 

Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.¶

Balada del amor imposible, de Alejandro Dolina



Los cronistas más serios del barrio del Ángel Gris coinciden en destacar la propensión de sus habitantes hacia los amores imposibles.

Así, mientras los jóvenes de otros barrios se enamoran de muchachas groseramente posibles, los hombres de Flores parecen condenados a amar - casi siempre en secreto - a mujeres que no serán para ellos.

Y en honor a estas damas es que los Hombres Sensibles hacen lo que hacen.
Algunos emprenden desde chicos el estudio del violín, únicamente para aprender a tocar un vals en obsequio de su amada. No importa que ella no alcance jamás a oírlo. Ese no es el punto.

Otros indagan los secretos de la versificación y se sumergen en el dolor para lograr una poesía.

Hay quienes se ejercitan en el coraje y cultivan la guapeza. Y no faltan los que eligen la melancolía o la locura.

Piensan los Hombres Sensibles que siendo mejores merecerán ser amados. Y para la ética sentimental de este barrio, los mejores hombres son artistas, valientes, tristes o locos.

Por eso los muchachos más virtuosos de Flores sufren por amor.
Esta realidad ha despertado la atención de todos y la piedad de muchos.

Cada semana, los enamorados de Flores reciben el consejo de sus amigos sabios de otras barriadas.
- ¿Por qué amar a la Gran Marquesa del Norte, que es en realidad un duende? ¿Por qué no conformarse con la hija del yesero?

Son voces tentadoras que exponen las ventajas del amor razonable.

A estas exhortaciones, los Hombres Sensibles responden - no sin acierto - que en el amor no existe el libre albedrío y que nadie puede decidir de quién va a enamorarse.

Sin embargo - ya a riesgo de caer en especulaciones psicológicas fuera de tono - cabe reconocer que los muchachos del Ángel Gris tienden a aproximarse sentimentalmente a las mujeres que menos les convienen.

Los tratadistas de Villa del Parque y los Refutadores de Leyendas sostienen que buscar pareja es una tarea enteramente racional y hasta científica.

Vale la pena citar la novela didáctica "Hoy te amo con la cabeza", del profesor Amadeo Battista. Esta obra esconde - apenas - la tesis antedicha, entre los rotosos pliegues de su trama.

Parecidos criterios auspicia la esposa de este pensador, la doctora Alba C. de Battista en su libro "Me casé con un cretino".

Muchos hombres de negocios, comerciantes e industriales de la zona han entendido que el amor imposible es cosa nefasta, no sólo para el que ama, sino también para el desarrollo de las actividades productivas en general.

Declaran estos lúcidos mercaderes que, por lo común, los enamorados sin esperanza son pésimos empleados, más atentos al recuerdo de unos ojos pardos que a la correcta realización de una nota de débito.

Tratando de reducir el número de desencuentros amorosos en beneficio de la felicidad general, los Refutadores de Leyendas con la ayuda de dos contadores de la Sociedad de Fomento de Villa Malcolm, prepararon las Tablas del Amor Infalible, especie de regla de cálculo según la cual las medidas del cuerpo del hombre, su coeficiente intelectual, su edad, su educación, fortuna y berretines determinaban de un modo preciso a la mujer más conveniente para sus planes amorosos.

Esto es ni más ni menos que la refutación de una leyenda o - lo que es peor - su reducción a términos científicos. La leyenda es ésta:

"Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes que ese hombre sueña. Su belleza está hecha para deslumbrar a ese hombre.

Su voz ha sido creada para seducirlo. Su inteligencia, para suscitarle y sugerirle ideas amables. Su ternura, para hacerle dulce el diario sufrimiento.

Esa mujer existe y anda por esas calles. Pero el destino ha decidido que nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él fue concebida."

Manuel Mandeb asegura en sus Memorias que cierta tarde creyó reconocer a lo lejos a la mujer que le correspondía, conforme a la leyenda. Inmediatamente se trabó en lucha con el destino y trató de alcanzar a la muchacha. Lo consiguió en la esquina de Artigas y Avellaneda. Luego de interceptarle el paso, procedió a explicarle la vieja creencia de los Hombres Sensibles, mientras se secaba el sudor y trataba de recobrar el aliento.

Pero la mujer no conocía la leyenda, o tal vez la conocía y la acataba puntualmente: dio media vuelta y se fue por Artigas hacia el norte.

Y ya que mencionamos a Manuel Mandeb, conviene recordar que su ilegible prosa se alzó solitaria frente a los tratados racionalistas y a los inventos de los Refutadores de Leyendas.

El polígrafo de Flores dejó un voluminoso estudio caratulado Registro de amores imposibles en la línea del Sarmiento.

La obra consta de 914 fichas que corresponden a otros tantos casos concretos de amor sin recompensa. Está dividida en cuatro capítulos:

El primero, subtitulado Nunca le dije nada, es el más extenso y registra episodios protagonizados por enamorados silenciosos.
El segundo, Negativas expone 115 rechazos, sus motivos, sus términos y consecuencias, para no hablar de otros detalles más bien superfluos que suelen recargar toda la obra de Manuel Mandeb.

El tercer capitulo, Amargo desengaño, cataloga 126 decepciones, incluidas cuatro padecidas por el propio autor.

El cuarto y último capitulo es un inspirado texto romántico que se conoce como Elogio del amor inconcluso. Veamos este párrafo:

"...Así como las personas que mueren en la plenitud nos ahorran el recuerdo de su vejez, los amores interrumpidos abruptamente siguen viviendo en nuestro corazón no como brasas agonizantes, sino como horrorosas llamas que queman cada noche...

"...No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión."

Pero dejemos ya a Manuel Mandeb y reflexionemos sobre ese delicado asunto. Es cierto que infinidad de personas decentes viven la módica dicha del amor común y corriente.

Pero el amor imposible, aquél del cual solamente son capaces los Hombres Sensibles de Flores, es el único cabalmente maravilloso y digno de admiración.

Ocurre así: un muchacho se enamora de la Mujer Más Hermosa.

Desde ese momento, su vida no tiene otro sentido que ese amor.

Sin embargo, el hombre sabe que no tiene chance en esa carrera, pues las Mujeres Más Hermosas suelen casarse con otros caballeros, generalmente ricos o buenos mozos o ambas cosas.

Sus buenos amigos le aconsejarán el olvido, pero este hombre ha nacido en Flores y no tiene la menor intención de gambetear el dolor.
Y cada día deja mansamente que la tristeza le invada los huesos y que tiña hasta el último de sus pensamientos.

A veces, las distracciones y los mundanos asuntos amenazarán con hacerle olvidar siquiera por un momento su amor y pesadumbre. Pero el hombre reaccionará inmediatamente y se sumergirá otra vez en su propio abismo.

Que nadie se engañe. Este hombre que ríe a carcajadas cuando algún conocido le refiere el cuento de los supositorios, está pensando en su amor imposible.

Y la sangre que hincha sus venas es negra y espesa.

Pero, atención. Este amor que lo hace desgraciado es el que le hace mejor. El ya ha renunciado a la Mujer Más Hermosa. Jamás padecerá decepciones. Su pasión no envejecerá ni se envilecerá. Nadie podrá engañarlo.

Y a fuerza de bañarse cada día en el sufrimiento, habrá aprendido el secreto de la resignación.

Los caballeros exitosos no conocerán jamás la verdadera esencia de amor imposible. Ellos jamás juegan su vida a una sola baraja. Con toda prudencia realizan inversiones en uno y otro lugar para compensar con unas las pérdidas ocasionadas por otras.

Pero el amor imposible no es cosa de prudentes sino de Quijotes.

Sólo cuatro veces en doce años vio Alonso Quijano a Aldonza Lorenzo.

Jamás cruzaron palabra. Pero eso le bastó para vivir en ella y por ella. Sin esperar recompensa.

Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos acariciándolas. Lo contrario sería - como pensaba Wimpy - confundir una ilusión con un pagaré.

Será una larga jornada. Muchas veces tendremos ganas de contar nuestra pena, pero no podremos hacerlo, para no profanarla. Siempre estaremos solos y tristes, pero no es para tanto. Después de todo, ya se sabe que los únicos paraísos que existen son los paraísos perdidos.